bookmark_borderInternet de los objetos. Un punto de partida.

EverywareEveryware, the dawning age of ubiquitous computing (Everyware, la naciente era de la computación ubicua) es un libro de Adam Greenfield del año 2006. Lo leí hace un par de años, con la sorpresa de que había sido escrito en 2005, tocando un tema que empezaba a sonar en el sector  de la tecnología. Tal y como dice el autor, la tecnología está dando un salto fuera del ordenador tradicional y metiéndose en la vida diaria. A estas tecnologías de la información ubícuas las llama «everyware», término que debiéramos añadir ya a los archiconocidos y utilizados «hardware» y «software».

De una forma bastante amena, y con un esquema bastante sencillo, Greenfield desgrana la realidad tecnológica imperante a mediados de la década pasada para anticipar con bastante acierto qué es lo que estaba por venir. Lo consigue mediante la formulación de 81 tesis, agrupadas en siete secciones temáticas.

Pongamos tres ejemplos de estas tesis para comprobar lo acertado que andaba Greenfield hace ya 7 años:

Tesis 12: el «everyware» actúa a escala del cuerpo humano

Citando literalmente al autor, «el cuerpo humano es una fuente de información en sí mismo, y tarde o temprano es inevitable que sea considerado como una fuente conectada. Los motivos son muchos: para aprovecharlo como una plataforma de servicios móviles; para registrar su posición en el espacio y el tiempo; para reunir información que puede ser utilizada para adaptar la prestación de otros servicios locales, y para obtener un conocimiento preciso y oportuno de sus constantes vitales…» 

Tesis 28: el «everyware» se verá fuertemente impulsado por la necesidad de las empresas de seguir creciendo y abriendo nuevos mercados más allá del PC

Hay que recordar que el primer iPhone es lanzado en 2007 (¡…!). La idea de Apple de llevar un ordenador personal, además de un sistema de localización, al bolsillo de los usuarios, ha sido uno de los pasos más grandes que se hayan podido dar nunca, porque han impulsado el  florecimiento de nuevos productos y servicios centrados en el usuario. Quizá sea el mayor empuje que ha podido tener el «everyware», la generalización de los teléfonos inteligentes. Y en breve, el abaratamiento de los dispositivos, como ocurre con toda la tecnología, hará que su uso se extienda con más rapidez.

Tesis 74: el «everyware» debe revelarse por sí mismo

Asume el autor que el «everyware» estará implantado a tal escala y en tantos lugares y circunstancias, que estos mismos dispositivos deberían notificar al usuario cuándo está en presencia de uno de ellos. De lo contrario, ese usuario quedaría indefenso y no podría decidir si utilizarlo o no, desconociendo las consecuencias que tiene su uso. ¿No recuerda ésto a la información previa en la recogida de datos…? Se puede conectar con la Tesis 77, que impone la necesidad de que el «everyware» pueda ser rechazado por el usuario (opt-out).

Un total de 81 tesis que hacen el libro no sólo interesante, sino casi de obligatoria lectura y punto de partida para cualquiera que quiera profundizar en el Internet de los objetos. Tiene el interés, como he comentado, de que está escrito en 2005, y que desde entonces muchas de sus predicciones se han cumplido y otras están por venir, lo que hará disfrutar aún más al lector. Ni que decir tiene que para los que nos dedicamos a la protección de datos nos ayudará a entender mejor la tecnología sobre la que ya tenemos que estar asesorando.

Aquí el blog del autor, y la página web de la empresa que dirige en Nueva York,Urbanscale.

bookmark_borderEl usuario vendiendo sus propios datos

EurosLa noticia del New York Times titulada ¿Qué pasa si los usuarios web pudieran vender sus propios datos? del pasado 2 de octubre da para una reflexión. Eso sí, que los puristas del derecho a la protección de datos cierren de inmediato esta ventana. Porque vamos a hablar del valor de los datos y del derecho del individuo a disponer de ellos, pero de verdad. Vendiéndolos y cobrando por ello.

Dicen por ahí que los datos son el nuevo petróleo (data is the new oil). Y nada más cierto, porque de hecho, los más boyantes negocios de Internet se basan en la explotación de información de personas. Sin embargo, hay un desequilibrio manifiesto entre las partes, los titulares de los datos por un lado, y las empresas que utilizan esa información, por otro. ¿Por qué pienso que existe ese desequilibrio? Volviendo al símil petrolífero, porque vemos cómo el titular de la tierra donde está la bolsa de petróleo no ve un euro, y contempla cómo una empresa viene, se instala con facilidad, y gana dinero explotando en su terreno. No una empresa nada más, sino una pléyade de ellas que analiza hasta la saciedad qué preferencias tiene el usuario y comercializa con ellas.

Este desequilibrio no se ha intentado corregir hasta la fecha, si no me equivoco. Ni por el Estado, ni por el sector privado.

El Estado, supuestamente tan «protector», se limita a legislar sobre cómo deben tratarse los datos, poniendo unos límites y unas consecuencias en caso de que sean rebasados. Hasta lo ha hecho, en el caso español, con una Ley Orgánica, por ser derecho fundamental. Cuando estos límites se rebasan por otro particular o por otra empresa… ¡la consecuencia es que el Estado gana dinero! Si es el mismo Estado el que infringe, no pasa nada. Tirón de orejas y pelillos a la mar. Si el titular de los datos quiere ser resarcido económicamente porque su sagrado derecho a la protección de datos ha sido violentado, tienes que acudir a los tribunales. Se reconoce una infracción, la Administración impone la sanción, pero a tí no te llega nada, cuando has sido el perjudicado, y cuando terceras partes están ganando dinero con ellos. Va a ser que no es tan protector y que no vela por los intereses de los ciudadanos tanto como pensamos. Al menos no tanto como pudiera.

Las empresas campan a sus anchas. No les interesa en absoluto corregir la situación, porque se benefician de ella realmente están entrando en las tierras de los dueños del petróleo para llevárselo sin tan siquiera pedir permiso. Sin ninguna consecuencia. Se trata de un sector que mueve al año bastantes miles de millones de euros, que hace bastante presión sobre los legisladores, y que a día de hoy tiene la sartén por el mango. Los argumentos con los que justifican sus actuaciones, tales como «así te ofrecemos ofertas más adaptadas a tus necesidades» o «queremos conocerte mejor» no me parecen suficientes para que no suelten ni un euro al usuario. Pero ahí está parada la discusión.

Sorprende que la empresa de nueva creación citada en el artículo del NYT,Enliken, quiera empezar a romper este esquema. Pone en manos del usaurio un «plug-in» para el navegador que permite disponer de un panel de control donde vamos a ver qué redes de anunciantes recogen nuestros datos de navegación, y sobre qué categorías. Te ofrecen varias causas sociales a las que donar una porción del dinero que ganan con nuestra información. Lo mejor de todo es que el programa hace de filtro, y puedes elegir qué datos compartir y cuáles no. Es un control real. En breve permitirán a los anunciantes participar en su programa. El esquema propuesto, dando voz y voto al usuario, puede suponer una inflexión a medio plazo en el planteamiento tradicional de los anuncios en línea.

Añado, para dejar el debate más abierto, un par de opiniones sobre el tema de Doc Searls, couator del archiconocido Manifiesto Cluetrain:

– el mercado ausente de datos personales

– en el caso de los datos de carácter personal, el valor de uso supera el valor de venta

¿Es admisible esto en nuestro ordenamiento? Perfectamente. A ver quién es el primero que lo hace, y si le sale bien. Alguno de estos que se pasan el rato hablando de emprendimiento, que se arranque. Siempre tenemos la alternativa de seguir quejándonos de lo dura que es la Ley, y en no centrarnos en hablar nada más que del sacrosanto derecho a la protección de datos. También tenemos derecho a hacer con ellos lo que queramos, y cargar con las consecuencias. Digo yo. Tiene además un lado bueno, y es que ganar dinero podría ser un acicate para despertar la conciencia del usuario, más que publicar guías elaboradas con cargo al erario público que no se lee nadie.